martes, 11 de diciembre de 2012

Crónica del Primavera Club


La noche se presentaba ideal para recibir una descarga regeneradora. Sir Richard Bishop y Swans, qué más se puede pedir. A las 20:00 horas, como inicio a uno de esos rituales que te marcan para siempre, Richard Bishop salía a escena para ir caldeando el ambiente de forma modélica. Con una guitarra acústica y los dedos de un prestidigitador  pocas veces se podrán sentir una amalgama de sensaciones tan intensas como las que escupen esas seis cuerdas borrachas de flamenco, música tradicional americana y post-hardcore de guerrilla. Trascendiendo cuños musicales hasta traspasar la mera etiqueta estilística, el preámbulo montado por Bishop fue lo mejor que podía pasar antes del plato fuerte de la noche, los Swans de Michael Gira y su troupe de ingenieros en pos del desgarro definitivo.
Se olía en el ambiente, se notaba, la verdad. Abrazos, miradas cómplices, el sexteto más poderoso de la actualidad, se presentaba como si fueran a la guerra. Hermanados en tal empresa y  reducidos a un espacio ínfimo para todos sus miembros, la fusión entre la guitarra serrucho de Norman Westberg, el bajo pilón deChristopher Pravdica, las punzadas eléctricas de Christoph Hahn y el entramado de percusión espacial creado por Phil Puleo y Thor Harris sirvieron, una vez más, para que Gira pudiese llevar a cabo otra de sus pantagruélicas ceremonias de ruido y poesía. Dos horas que debieron durar media más – Swans se vieron limitados por culpa de un horario fijado a las 23:30 como cierre del recinto -. Pero ni con esas, a Gira y los suyos no los para ni un tren de mercancías hasta los topes de goma dos. Ni de coña.  Propulsados por un sonido menos devastador que en el Primavera Sound del 2011, esta vez, el poker de cuerdas maceradas en hierro candente de Pravdica atacaron desde una distancia más escalonada, haciendo rotar a su alrededor un mantra radioactivo de pulso tribal por el que, en esta ocasión, no se puede hablar de canciones, sino de pasajes. Hace tiempo que Swans han dejado claro que lo suyo no es hacer una mera reinterpretación de sus álbumes en estudio. Sin concesiones al pasado, mostrándonos una fila india de sendas inéditas en su catálogo y clavando un par de picas inexpugnables en las dos puntas de la actuación, gracias a “Avatar” y “The Seer”, la palpitación que se apoderó en toda la sala se reflejó en cientos de rostros con los ojos cerrados, sintiendo turbulentos movimientos sísmicos en las venas que llegan al corazón. Brutal y demoledor, los privilegiados que allí se encontraban pudieron asistir al proceso de creación en estado puro, la prueba constatable que hay música hecha para trascender por encima de las modas y con la que se puede llegar más allá de la mera experiencia musical. Algo tan físico, como las diferentes capas superpuestas de doom metal, ambient criminal, blues demoníaco y punk de destrucción masiva mediante las que al final alcanzaron su objetivo de adentrarnos en su agujero negro de amor infinito.
Final al que nadie quiso asistir, un Gira muy mosqueado con la organización clausuraría la actuación, tras el desafortunado desenchufado de los técnicos de la sala, despidiéndose como lo que es: el abanderado de algo llamado “autenticidad”, vocablo cuyo significado a muchos se les ha olvidado. Por si no había quedado suficientemente claro, para un servidor, esta fue la velada del año. Por goleada.

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