miércoles, 12 de diciembre de 2012

Charles Rosen, un músico polígrafo que aupó a los grandes

El pianista Charles Rosen fotografiado en 2001 en Londres

El destino ha querido llevarse a Charles Rosen el pasado domingo a poco más de un mes de la muerte de su íntimo amigo Elliott Carter, fallecido el 5 de noviembre a punto de cumplir 104 años. Ambos estuvieron en activo hasta su último suspiro y ahora han dejado su trepidante Nueva York natal sumido en un silencio difícil de llenar. Rosen, un pianista de mérito, estrenó varias obras del compositor, como su Concierto para piano y clave, y fue un cronista fiel y alborozado de los portentos obrados por Carter en sus tres últimas y prodigiosas décadas de vida. Vivían en extremos opuestos de Manhattan, pero paseaban y hablaban por teléfono casi a diario. Ahora se nos han ido juntos, casi de la mano.
Rosen, nacido en 1927, era un hombre de fuertes fidelidades. Otro de los grandes referentes de su vida fue Moriz Rosenthal, un discípulo de Franz Liszt que le enseñó siendo un niño muchas más cosas que tocar el piano. Hablaba de él con devoción y le atribuía todos sus posibles méritos como instrumentista. A pesar de su notable discografía, y de los centenares de recitales ofrecidos durante toda su vida, Rosen nos dio lo mejor de sí mismo no tanto interpretando música como escribiendo e iluminándonos sobre ella. Se convirtió en una celebridad internacional en 1971 con su libro The classical style, un dechado de bien articuladas intuiciones sobre cómo se había fraguado y adquirido su fisonomía el clasicismo musical, que cosechó justos y numerosos premios. Rosen tenía toda la música —sin lindes temporales— en su cabeza, podía establecer interrelaciones, paralelismos o contrastes entre las obras más disímiles a la velocidad del rayo, y los ejemplos se le amontonaban en sus dedos sobre el teclado sin necesidad de partituras. Su mente prodigiosa lo tenía todo procesado, desde un sencillo acorde hasta la fuga más intrincada o la más compleja estructura formal.
The romantic generation, una versión muy ampliada de susConferencias Norton en Harvard, fue su otro gran libro y arrojó una luz insólita sobre los orígenes del romanticismo musical. Antes había escrito, junto con el historiador del arte Henri Zerner, otro de sus fieles,Romanticism and realism, más decantado hacia las artes plásticas, que fueron siempre uno de sus grandes intereses junto con, sobre todo, la literatura, y muy especialmente la francesa (era feliz varios meses al año en su apartamento de París). De todo ello ha escrito, también virtualmente hasta su muerte, durante más de cuatro décadas en The New York review of books: su último artículo, de este mismo mes, trata del oscuro dramaturgo inglés del siglo XVII William Congreve. Su afán de conocer y explorar no conocía restricciones de ningún tipo y poseía el raro don de saber escribir sobre todo y para todos. Critical entertainments y, muy recientemente, Freedom and the arts, reúnen muchos de sus mejores artículos críticos y revelan a las claras que poseía lo que su coetáneo Pierre Boulez, en el libro-homenaje publicado en 2008 con motivo del octogésimo cumpleaños de Rosen (Variations on the Canon), calificó de “une culture vraiment intimidante”.
Sus dos últimos libros publicados en España, El piano: notas y vivencias y Música y sentimiento, son dos miniaturas —personal una, intimista la otra— en comparación con sus estudios más ambiciosos, pero suponen también una lectura obligatoria para completar la imagen de este moderno polígrafo que fue, en privado, un conversador fogoso, a ratos casi desaforado, con un anecdotario vital que parecía no tener fin. Ahora viene al caso recordar, a modo de contrapunto jocoso, la que me contó un día de, quién si no, Elliott Carter, que lo llamó un día alborozado para decirle que había logrado renovar sin mayores problemas su carné de conducir a sus 93 años. Rosen lo felicitó por la proeza, tras lo cual Carter sentenció: “Now I can drive right into the grave” (“ya puedo conducir directo hasta la tumba”). Es imposible olvidar sus carcajadas mientras lo contaba, como cuesta no recordar ahora, al final de este año sordo y cruel que nos ha arrebatado también a Leonhardt, a Henze y a Carter, aquello que afirmó Rosen en una entrevista publicada por este periódico en 1999: “Se ha perdido la costumbre de escuchar música con intensidad”. Rodeados de ruido, y de furia, es algo cada vez más difícil de conseguir, pero él logró hacerlo sin cesar durante una vida plena y nos enseñó todos los secretos para poder seguir su estela.

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