martes, 11 de diciembre de 2012

Van Dyke Parks: “Mi música nunca consistió en saber sino en preguntarme”


Van Dyke Parks en una imagen promocional.
Al llegar al hotel donde se ha concertado la entrevista, la imagen del hombre que, en la California contracultural de los sesenta, experimentó con el pop como un científico disparatado, con la cabeza llena de arreglos alegóricos y líricas conceptuales, es más que chocante. Sentado solo en la cafetería, viste con traje y corbata mientras habla por el móvil y consulta un ordenador portátil. Lejos del genio desordenado y maniático que uno, a saber por qué capricho del mitómano que todos llevamos dentro, espera encontrar, Van Dyke Parks parece un ejecutivo a punto de cerrar una importante fusión empresarial.
“Hoy en día, si uno lo pierde o se lo roban, es casi como perder la identidad, tendrías que resetearte”, dice en tono jocoso sobre su portátil. Pero lo que más sorprende, sin duda, es saber que este talento artístico de la música norteamericana, a la altura de muchos grandestótems, se hace acompañar en su concierto en Madrid por músicos españoles con los que no ha tocado nunca “por una simple cuestión de dinero”. Allí donde otros cruzan el charco con todo el equipo, los mánagers y su lista de exigencias, este músico viaja solo para ahorrar gastos y porque apenas van a verle unas decenas de personas.

Su contagiosa amabilidad y su presencia entrañable despistan para apreciar el aura (otra vez la mitomanía) típica del maldito que le rodea: aquella que distingue al músico que, pese a tener una identidad artística admirable e influyente, no ha conocido el éxito y sobrevive en un segundo o incluso tercer plano. Podía haberse reseteado para ser un producto sonoro más accesible, pero no le dio por ahí. “El reconocimiento es importante, como haber sido una inspiración, pero nunca pensé en ser el más exitoso”, sonríe. “He conseguido experimentar y grabar lo que quería y eso es una habilidad que no todo el mundo puede decir”, afirma Parks, que no duda en defender sus tres primeros discos (Song Cycle, 1968, Discover America, 1972, y Clang of the Yanke Reaper, 1975), que hicieron que la crítica especializada le pusiera la etiqueta de genio y han sido recientemente editados por el sello británico Bella Union. “Pertenecen a un periodo muy importante para el oyente: a la era del estéreo, donde los arreglos y el trabajo en estudio eran diferentes a la época de Elvis Presley. Eran los sesenta y no se grababa la música en vivo en los estudios como antes”, explica.
Esa era del estéreo tuvo una de sus piedras filosofales en la cabeza de Brian Wilson. Antes de comenzar su carrera en solitario, Parks ayudó a Wilson como letrista y compañero lisérgico durante las legendarias sesiones de Smile, el disco perdido de los Beach Boys, elaborado entre finales de 1966 y comienzos de 1967. “Aprendí con Brian a hacer lo correcto en un estudio. Era obsesivo, aunque especialmente era muy cuidadoso”, cuenta Parks, que dejó su sello en canciones como Heroes and villains. Pero, con los chicos de la playa recelosos de las inquietudes de Brian y, sobre todo, de la presencia del nuevo intruso, el proyecto se paralizó, aunque vería la luz décadas después, y Parks tiró por su cuenta. “Mi trabajo nunca fue premeditado. No consistía en saber sino en preguntarme”, dice el músico, que en sus álbumes concibió una California onírica y espectral. “California era un concepto. Más bien era algo a lo que quieres pertenecer más que a lo que perteneces. Mi objetivo siempre fue intentar explicar la soledad que te rodea a pesar de los grandes barrios”, señala.
Pero en la California de los hippies, la psicodelia y el blues-rock, la trilogía discográfica que sacó en Warner Records nunca funcionó comercialmente, aunque dejó un imborrable sello en el pop conceptual. “Me sentía contracultural en la propia contracultura. Mi música era muy ecléctica, distinta a la corriente dominante, y difícil de clasificar. De hecho, no había términos periodísticos para definirla”, recuerda el cantante. Junto a él y Wilson, había otros visionarios, también fichados por Warner, como Ry Cooder o Randy Newman, que nunca hicieron como sus compañeros de San Francisco que se corrían las juergas juntos y se creaba una verdadera escena. La pandilla de empollones del pop apenas se veía. “Los Ángeles era un pequeño pueblo, no era Nueva York, pero nunca nos veíamos ni quedábamos. De hecho, yo creo que Ry Cooder y Brian Wilson nunca se vieron. ¡Tengo una foto de los tres juntos, pero hecha en Londres!”, cuenta Parks. “Otra cosa es que unos y otros nos comparásemos de diferentes formas. Pero tanto Ry como Randy como Brian no eran tipos de ir a fiestas. Socialmente, tenían una vida muy privada”, añade.
Esa falta de fraternidad no quita para que, entre los trabajos de todos, hicieran avanzar el pop como un sonido repleto de posibilidades. “El pop que nosotros hicimos, solo en Los Ángeles y no en San Francisco, podía ser la respuesta al sonido del Brill Building de Nueva York, como The Mamas & The Papas podían serlo de los primeros discos de Dylan. Pero es que en 1964 los Byrds fueron la respuesta a los Beatles. Los sesenta fueron unos años llenos de respuestas musicales”, dice.
Pero a Parks también hay que reconocerle su polivalencia, seguramente por una cuestión de supervivencia, llegando incluso a trabajar en series y películas. Es un hombre que se ha puesto todos los trajes posibles en la música, y con notable acierto: compositor, letrista, instrumentalista, productor o arreglista. “Me gusta colaborar. Tiendo mis brazos para que otros los cojan y les ayude. La habilidad de colaborar es formar parte de la idea de otro, si se puede”, dice. Destacadas son sus aportaciones en los arreglos en trabajos de Joanna Newsom o Rufus Wainwright. “Arreglar canciones es muy monacal. Trabajas muy solo y necesitas mucha meditación. Pero tienes una gran responsabilidad, intentas construir un significado poniendo todas las palabras en un orden. Cuando lo consigues sientes ese significado. Como cuando ves una bandada de flamencos que salen volando hacia una nube”, asegura.
Flamencos que salen volando hacia una nube. Uno de esos grandes momentos del arte. Después de tantos años, no habrá tenido éxito pero dice tener la vida llena de esos grandes momentos. Incluso el respeto de aquellos que admira desde sus primeros días. “Cuando grabé el documental The People Speak -basado en el libro La otra historia de los Estados Unidos del historiador Howard Zinn- toqué con Ry Coorder y Bob Dylan. Y Dylan se acercó a mí y me dijo: siempre respeté tu trabajo”.

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